Prueba Mini Clubman Cooper S: dulce contradicción

Prueba realizada por: Gabriel Esono

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La interminable lista de automóviles que existen en el mercado obligan a todo aquel que va a comprar uno a hacer un verdadero ejercicio de introspección que, en algún caso, seguro que acaba dando con los huesos en el diván del psicólogo.

No se trata aquí de iniciar un debate sobre las motivaciones más íntimas de cada uno a la hora de comprarse un coche, aunque parece comúnmente aceptado que cuando adquirimos un vehículo, pueden salir a relucir muchas más cosas de las que pensamos. Cabe decir, sin embargo, que esto ocurre más con unos coches que con otros.

El Mini Clubman sería uno de esos modelos que, con los datos en la mano, cualquier aficionado a la demagogia tendría tantos argumentos a favor como en contra para justificar su compra o, por el contrario, para desaconsejarla a todo aquel que no sea un paciente coleccionista o un amante de lo retro.

Porque si algo atesora el Mini es el esmero con que se han dedicado a decorar tanto la carrocería como el interior con multitud de detalles que te hacen retroceder cuatro décadas.

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Es un coche que parte de la base de uno pequeño, como es el Mini, pero crece hasta casi los 4 metros. Cuenta con la practicidad de un doble portón trasero, como si de un Dacia Logan Break se tratara, pero ni tiene 7 plazas ni sus acabados y precio son «low-cost», que digamos.

El Mini Clubman está hecho tal y como BMW entiende que se deben hacer los coches, pero es un tracción delantera. Y si, para más inri, lo conduces con un motor que linda los 200 CV y lo combinas con un cambio automático, la combinación resultante es, como decía al principio, una auténtica locura propia de apasionados del motor. ¿O es un coche para los amantes de lo racional?

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La mecánica de los Cooper S es la que desarrollaron conjuntamente BMW y el grupo PSA (Peugeot y Citroën). Se trata de un pequeño 1.6 tetracilíndrico que incorpora todo el saber hacer de la firma alemana en materia de motores, que no es poco.

Turbocompresor Twin-Scroll e inyección directa son algunas de sus lindezas técnicas, gracias a las cuales alcanza hasta 175 CV de potencia máxima a 5.500 rpm y un par motor de 240 Nm a apenas 1.600 rpm, que suben temporalmente a los 260 Nm cuando la demanda al acelerador activa temporalmente la función overboost. Para los que opinan que las meras cifras son muy frías, un dato un poco menos objetivo: el pequeño break corre que se las pela.

Sus aceleraciones son capaces de sonrojar a gran parte de la parrilla de «16V» que pululan por ahí y, en línea recta, proporciona una sensación de poderío sorprendente, especialmente si tenemos en cuenta algunos de los hándicaps a los que se tiene que enfrentar: una mala aerodinámica (Cx de 0,35), un peso considerable para su tamaño (1.305 kg) y, en nuestra unidad de pruebas, el cambio automático.

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Esta transmisión es, de hecho, lo que menos conseguido está de este coche. Más lento de lo esperado y más brusco de lo deseado, desentona con las sensaciones que en general destila este coche y hace que a uno le vengan a la memoria las excelentes dotes del DSG del Grupo Volkswagen o el milagroso DKG que pueden montar los BMW Serie 3 de gasolina digamos, más serios, incluido el M3 que tuvimos ocasión de probar.

En cualquier caso, el consumo de gasolina es menos elevado de lo que cabría esperar y, aunque los 7 litros de media que asegura la ficha técnica por cada 100 km recorridos son difíciles de conseguir, si te portas bien puedes quedarte con los 8 litros. Con todo lo que te ofrece a las ruedas delanteras, es como para estar contento.

Este apartado vuelve a presentarnos una nueva contradicción entre lo que se espera de un coche familiar potente y de relativamente pequeñas dimensiones y lo que te ofrece.

¿Familiar? ¿Pequeño? ¿Potente? Cierto, ya resulta en sí misma una combinación sospechosa y en marcha aún lo es más.

El recuerdo que uno tiene del Mini Cooper S es el de un coche extremadamente ágil y vivo de reacciones. Divertido para muchos, nervioso para otros, tras el restyling a que fue sometido en 2007 el Mini atemperó un poco sus modales para hacerlo más asequible a la mayoría de afortunados propietarios.

Se diría que con el Clubman han tratado de mantener ese mismo concepto de comportamiento, parecido al de un kart. Lo que ocurre es que la distancia entre ejes se ha incrementado 8 cm respecto al Mini original, mientras que el peso es cerca de 100 kg superior.

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Al final el resultado es el de un coche más noble, especialmente en curva rápida, que a cambio sacrifica la secreción de adrenalina en los trazados más ratoneros. De todas formas, si presionas la techa Sport, el carácter del coche sufre un cambio que pone el acento en lo radical, con un acelerador que responde con mayor rapidez y una dirección que se siente más directa.

Nada que objetar respecto a los frenos, que ofrecen suficiente mordiente y resistencia.

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El que piense que cuando se suba a un Mini se va a encontrar las líneas sobrias y limpias (frías y sosas, según se mire) de un BMW cualquiera, ya se puede ir olvidando.

En el interior han sabido combinar formas y detalles clásicos con un aire de diseño actual con un muy buen resultado. La apariencia va acompañada, además, de un tacto firme en todos los mandos y unos ajustes muy caros de ver en su segmento, literalmente.

Los ocupantes delanteros irán muy cómodos en unos asientos bien diseñados, y el conductor encontrará rápidamente la postura ideal. Detrás la cosa no pinta tan bien.

La originalidad de la tercera puerta lateral, en el lado derecho, ayuda a acceder a las plazas traseras, pero una vez aposentados allí, típica pregunta de «¿cuánto falta?» llegará, antes o después, de cualquier persona de más de 1’80 m de altura que se siente allí.

Si dos personas adultas iban justas en las plazas traseras del Mini berlina, en el Clubman la cosa no mejora.

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Eso sí, el maletero es todo lo amplio que los 24,4 cm extras de longitud han permitido. Gracias a ello, los 3.958 mm que mide de largo dan cabida a un maletero con una capacidad de 230 litros, un poco escasos, que llegan hasta los más aprovechales 930 litros que se obtienen si anulamos las plazas traseras.

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El Mini Clubman Cooper S es realmente una rara avis. Si sus formas chocan al verlo por primera vez, tener la ocasión de conducirlo y usarlo no hace sino incrementar dicha impresión.

Aunque ya no es raro ver modelos utilitarios con carrocería station wagon, como el Peugeot 207 SW o el Renault Clio Gran Tour, el carácter premium del Clubman apunta hacia un tipo de público diferente al de aquéllos.

Es un coche en el que se percibe rápidamente que está en general bien pensado y bien hecho. Y eso te lo hacen saber en la factura. Los 26.555 € que cuesta esta versión con el cambio manual, se convierten en 28.182 € con la caja automática, que no son ninguna broma si lo concentramos en menos de 4 metros.

A cambio, además de un motor poderoso te ofrece los elementos de seguridad como el DSC o 6 airbags de serie, además del consabido climatizador, ordenador de a bordo, faros antiniebla, volante de cuero multifunción, etc.

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La lista de opciones tiene ni más ni menos que 26 páginas, lo que significa que será raro que salgan de la planta de Oxford dos Mini idénticos. Los precios de muchos de los equipamientos opcionales son razonables, pero a poco que iguales con respecto a lo que ofrecen modelos similares, la diferencia se vuelve más y más abultada.

De modo que sí, es un coche que uno podría adquirir con la seguridad de que es un buen producto. O no, es un coche pequeño por el que piden casi 5 millones de pesetas al cambio.

Sería una buena compra. O sería un despilfarro.

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