Prueba Mazda5 1.6 CRTD Luxury: el paso lógico

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Prueba realizada por Roger Escriche

Un día nos dimos cuenta que los monovolúmenes compactos se habían convertido en la gran alternativa para las familias que, por decirlo de alguna forma, de repente se ensanchaban, ya fuera en número o en volumen en general.

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Partiendo de las plataformas del segmento C, los modelos de este segmento pueden ofrecen una mayor practicidad incluso que muchos familiares del segmento superior, y además son sustancialmente más baratos, un elemento a tener en cuenta cuando hablamos de familias en expansión.

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El Mazda5 entró con personalidad propia a este suculento grupo, y lo hizo además de por su estética diferente, algo que en Mazda parece que tienen bastante asimilado, por sus puertas deslizantes, un punto que la mayoría de fabricantes incomprensiblemente todavía se resisten a incorporar.

Por dimensiones, el Mazda5 compite con modelos como el Renault Scénic (y el Renault Grand Scénic), el Citroën C4 Picasso (y el Xsara Picasso, imposible no tenerlo en cuenta), el Opel Zafira o el Volkswagen Touran, ninguno de ellos con puertas deslizantes. El único modelo que ha seguido la estela de Mazda es el Ford Focus Grand C-Max. Cuestión de parentesco, suponemos.

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El motor de 1,6 litros CRTD de este Mazda5 es una buena muestra de las sinergias productivas a las que han recorrido los fabricantes de automóviles para dar una respuesta satisfactoria a la entrada en vigor de la normativa antipolución EU5. Desarrollado conjuntamente entre el Grupo Ford y el Grupo PSA Peugeot-Citroën, este pequeño diésel era también una opción más que lógica para el monovolumen compacto de Mazda, habida cuenta que antes de su llegada solo contaba con dos variantes de gasolina.

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Aunque diferentes fabricantes decidan compartir el desarrollo de un motor, el usuario final todavía conserva la capacidad de elegir la personalidad que espera de ese mismo propulsor cuando opta por una marca u otra. Afortunadamente, las marcas siguen siendo celosas del tacto que quieren imprimir en sus coches, y en el caso de Mazda, este toque personal se traduce en una respuesta más inmediata al acelerador.

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Respecto al diésel de 2,0 litros y 110 CV que sustituye, la mejora de las prestaciones en este 1.6 han sido posible gracias a una considerable reducción del peso y de las fricciones internas, además de un sistema de inyección afinado o un nuevo turbo de geometría variable, aunque en este caso en concreto sin función overboost. Estos cambios han permitido ganar 5 CV de potencia y lo que es más, 30 Nm de par motor (hasta los 270 Nm) desde las 1.750 rpm, que se traducen en una aceleración y prestaciones más que suficientes si tenemos en cuenta el tamaño del vehículo.

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La caja de cambios de 6 relaciones asociada al propulsor también ha perdido un poco de peso respecto a su predecesora de 5 velocidades, pero lo que interesa aquí es que nos ofrece un tacto firme y preciso típicamente Mazda que es muy de agradecer.

Respecto al apartado de consumos, los 5,2 l/100 km en ciclo combinado que anuncia el fabricante se quedaron cortos respecto a las medias que indicó el ordenador de abordo en nuestra prueba, que alcanzaron los 8,3 l/100 km. En cualquier caso, esta cifra supone una rebaja palpable respecto a los 9,7 l/100 km que nos ofreció el Mazda5 con el motor 2.0 de gasolina.

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Mazda lleva muchos años vendiendo dinamismo, pero compaginar esta imagen de marca de talante deportivo con un auténtico monovolumen no es que sea difícil, es que es simplemente imposible. Otra cosa muy diferente es que Mazda no renuncie ni siquiera para su monovolumen de un mínimo nivel de sensaciones para el que está al volante.

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De esta forma se puede explicar el comportamiento de este Mazda5. Los ocupantes se sentirán siempre bien tratados en el interior, como corresponde a un vehículo de sus formas, dimensiones y capacidades, pero Mazda se ha esforzado para que su pedigrí dinámico no se esfumara sin más.

Todo esto se traduce en un buen aplomo y cierta eficacia en curvas de todo tipo, una ventaja que ofrece el partir de un chasis bien concebido y que deja el margen suficiente a cada fabricante para imprimir en él su sello personal. Sin duda, es un Mazda.

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Siempre serán importantes el motor y también el comportamiento, pero si algo tiene sentido en un monovolumen es que su interior sea lo más espacioso posible y, por encima de todo, versátil.

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La sensación en el Mazda5 es que los ingenieros japoneses han exprimido hasta la última gota los 4,6 metros de longitud del vehículo, algo que ya anticipan sus formas exteriores, pero donde realmente sacan nota es en modularidad. La facilidad con la que se pasa de siete a cinco plazas, a cuatro o a dos es muy destacable. Para realizar tal cantidad de variaciones, los movimientos necesarios son mínimos y muy intuitivos.

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Como suele pasar en los monovolúmenes compactos, las dos plazas traseras suplementarias no nos permitirán muchas alegrías, pero excepto estas y el asiento central de la segunda fila, el resto permiten acomodar todo tipo de tamaños de persona. En cualquier caso, el acceso a la tercera fila de asientos es muy digno si tenemos en cuenta las dimensiones del vehículo.

Todo ello se redondea con unas puertas deslizantes irrenunciables en el Mazda5 desde la anterior generación del modelo y un maletero que, siguiendo el buen trabajo realizado a la hora de acomodar a los ocupantes, nos ofrece una superficie totalmente plana y diáfana, aprovechable hasta el último centímetro.

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El Mazda5 no va de coche de ujo en absoluto, pero por el resto, la calidad de acabados y el tacto de los plásticos empleados en el habitáculo y el salpicadero no son malos. Bajo nuestro punto de vista, el único aspecto mejorable a nivel ergonómico es la lectura de la consola situada en la parte central del salpicadero, que obliga a desplazar en exceso la vista de la carretera.

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Como vehículo monovolumen de uso familiar, al Mazda5 se le pueden reprochar muy pocas cosas. Su interior está muy bien concebido. Es cómodo, realmente versátil, y a nivel de comportamiento nos puede dar un pequeño plus respecto a lo común en el sector.

El 1.6 CRTD de 115 CV se queda como la opción más viajera de la gama, si tenemos en cuenta que es la única variante diésel disponible a pesar de en Mazda rondan motores de este tipo más potentes. Aunque los consumos se nos han disparado un poco respecto a las medias anunciadas por el fabricante, tampoco puede decirse que se aparten excesivamente del resto de opciones en su segmento con cifras de potencia similares.

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Los precios del Mazda5 combinado con el 1,6 litros diésel arrancan en los 23.800 € del nivel de equipamiento Active. Desde aquí, 2.000 € más para la versión Style hasta los 26.500 € de la variante Luxury, que incluye algo tan recomendable como las puertas traseras deslizantes eléctricas, además del kit bluetooth, los faros xenón, las llantas de 17 pulgadas y el testigo de presión de los neumáticos.

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