




Los materiales empleados en el prototipo de Nueva York, por el contrario, sí eran los que se pensaban utilizar en el modelo estrictamente de serie, con la carrocería de acero y las puertas y el capó de aluminio. El mismo motor de seis cilindros de la versión de carreras entregaba 215 CV, y por primera vez en un modelo de serie se habían sustituido los carburadores por un sistema de inyección. Cada uno de los propulsores que se montaron en los chasis del 300 SL de producción había sido testado en un banco de pruebas durante 24 horas, seis de ellas a fondo. El resultado creó verdadera expectación, y sus 235 km/h de velocidad punta estaban a años luz de algunos de los grandes deportivos del momento.


Con los 29.000 marcos que costaba en Alemania cualquiera podía comprarse ni más ni menos que dos Jaguar XK 120, o cuatro Mercedes 170. El catálogo oficial del vehículo incluía como opción los asientos de cuero, un autoblocante central tipo Rudge, dos tarados diferentes de suspensiones, el porta-esquís y, increíblemente, los limpiaparabrisas.
Mercedes 300 SL, apuntando al cielo
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