Prueba realizada por Gaby Esono


Traducido en concreto al Mazda3, en su momento decidieron que que fuera un coche diferente al resto. Muy largo (4.465 mm) y con la línea del capó muy prolongada, para lo bueno (esta tercera generación del Mazda3 me parece aún más bonita de lo que me parecieron sus predecesores) y para lo malo (sus proporciones tienen consecuencias en el interior del coche, de las que luego hablaré).

En ello tiene mucho que ver el lenguaje de diseño que Mazda aplica últimamente a sus modelos, al que llama Kodo (“alma en movimiento”). No voy a entrar a valorar abstractos conceptos con los que la marca explica los valores que ha querido transmitir al diseñar su carrocería, pero el Mazda3 entra por los ojos.


No como yo, que necesito unos cuantos kilómetros para desembarazarme de algunos de ellos…
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Uno de los prejuicios a los que me enfrentaba cuando empecé la prueba del Mazda3 Skyactiv-G 120 eran precisamente esos tres dígitos, que hacen referencia a la potencia de su motor de 2,0 litros repartidos en cuatro cilindros.

Y es que mientras casi todas las marcas han tirado por el camino del downsizing y la sobrealimentación para reducir los consumos (y por tanto las emisiones) de sus propulsores, Mazda ha optado por un camino en apariencia más sencillo.

Y, en lo que se refiere a los órganos mecánicos, han trabajado en la optimización de las tecnologías actualmente en uso para desarrollar propulsores de gasolina con inyección directa, alta compresión (14,0:1, precisamente la misma que en los Skyactiv-D, en los que se ha rebajado) y con menores rozamientos internos. Esto último, también en las transmisiones.

Si se busca algo más, hay que dirigirse sin dudarlo hacia la versión de 165 CV, que aunque eroga la misma cantidad de par motor (210 Nm a 4.000 rpm en los dos casos), en la zona alta con seguridad se moverá con mayor soltura.
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El consumo medio homologado para el Mazda3 Skyactiv-G 120 es de 5,1 l/100 km. En el recorrido de esta prueba, sin embargo, la media llegó a los 8,0 l/100 km. Como siempre, el dato “cochesafondo” no es concluyente, pero repasando el histórico de motores de gasolina de similar potencia (todos ellos de menor cilindrada), el resultado se encuentra en un terreno intermedio que, de alguna manera, da la razón al planteamiento de la filosofía Skyactiv.



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El Mazda3 es un coche hecho para uso y disfrute del conductor o, esta vez también, conductora. Antes hablaba del tacto del cambio, que me gusta más que antes, y de la suavidad en general de este modelo.




Y el panorama no mejora en lo que se refiere al maletero, cuyos 364 litros de capacidad no se corresponden ni de lejos con lo que se espera de la carrocería de 5 puertas más larga del segmento C.
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Un gran salto en la calidad de acabados y la ergonomía ejemplar redondean un conjunto muy apetecible.
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Tampoco deben esperarse grandes alegrías de un motor que cumple con su cometido sin alardes y que exige estar muy atento a la caja de cambios para sacarle jugo de verdad.
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La unidad de esta prueba era un Mazda3 Skyactiv-G 120 con el acabado Luxury, el más completo, por el que piden 23.100 euros.

Mazda no da muchas posibilidades de personalización, de manera que sólo pueden elegirse el color (este rojo cuesta 600 euros) y el navegador (unos razonables 400 euros), presentes en esta versión, además del Pack Safety, que por 2.000 euros incorpora asistente de cambio involuntario de carril, luces de carretera automáticas e iluminación frontal adaptativa, control de crucero adaptativo y frenada de emergencia pre-impacto.
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