Prueba Volkswagen Tiguan 2.0 TSI 200 Tiptronic R-Line: impecable cosmopolita

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Prueba realizada por Gabriel Esono

El concepto SUV está de moda, de eso no cabe ninguna duda. Tanto es así, que muchas marcas se están lanzando a producir modelos con aspecto de todoterreno, e incluso a algunas de ellas parece preocuparles más bien poco que la apariencia de 4×4 se quede tan sólo en eso, en puro maquillaje.

Esta tendencia ha hecho que cada vez haya más distancia entre los coches off-road de toda la vida y las atractivas versiones a lo «Streetwise» de Rover, difunto pionero de esta filosofía, derivado del Rover 25 y precursor de modelos como los recientemente renovados Volkswagen Cross Polo y Cross Golf.

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Así pues, entre las carrocerías elevadas y transmisiones con reductoras de los unos, y las molduras oscuras y barras en el techo de los otros, nos encontramos con el punto medio que representan coches como el Volkswagen Tiguan. Este SUV llegó relativamente tarde al mercado, detrás de modelos como los primos gemelos Opel Antara y Chevrolet Captiva o la familia Peugeot 4007, Citroën C-Crosser y Mitsubishi Outlander.

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En cualquier caso, los japoneses de Toyota hace tiempo que habían visto el potencial de este segmento (ya no se le puede llamar nicho), y aunque el Rav4 se anticipó a todos, tanto el Honda CR-V como el Nissan X-Trail están claramente establecidos en el mercado.

Desde Asia también llegan los coreanos de Ssangyong, Hyundai y Kia, que con sus Action-Kyron, ix35 y Sportage respectivamente, hace tiempo que dejaron de ser alternativas exóticas para convertirse en opciones de compra muy válidas.

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Aunque no quisiera olvidarme de uno de los últimos en llegar, el Renault Koleos, existen, sin embargo, dos coches que resultan especialmente comparables al Tiguan. Está, por un lado, el Ford Kuga y, por el otro, tenemos al BMW X1. Como su paisano, estos dos alemanes han querido distinguirse por su talante dinámico, que según versiones raya en lo deportivo, y lo combinan con unos acabados interiores que tienen más de berlina con pretensiones que de 4×4.

Ahora, la cuestión de casi siempre, ¿crees que al Volkswagen le bastará con un mero alarde de siglas para hacerse valer frente al resto?

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Si la pregunta del apartado anterior se respondiera simplemente basándose en el motor, la conclusión sería que sí, que el Volkswagen Tiguan con el motor 2.0 TSI es un hueso muy duro de roer.

Cuantas más veces pruebo este motor, más difícil me resulta encontrarle defectos. Da igual que lo montes en un deportivo como el SEAT León FR con el cambio DSG como en una berlina con cambio manual como el Exeo, la respuesta es igual de satisfactoria.

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Pero claro, una cosa es un turismo con transmisión con embrague (da igual que sea manual sencillo o doble pilotado), y otra muy distinto tener que lidiar con una carrocería alta y no especialmente liviana, con neumáticos muy gordos y, para más inri, con una transmisión integral y cambio con convertidor de par.

Pues ni por ésas. La magia de la inyección directa y la sobrealimentación, combinadas con la distribución variable, ha vuelto a hacer de las suyas y consigue que este SUV vaya como un tiro, sea cual sea el embolado asfáltico en el que lo metas. La marca asegura que esta mezcla, junto con el cambio Tiptronic, es capaz de alcanzar los 100 km/h desde parado en 8,5 segundos. Doy fe de ello.

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El cambio, por otra parte, cumple a la perfección con su cometido. Al principio, al mirar los catálogos del Tiguan, puedes sentir cierta extrañeza porque el secuencial de doble embrague, el cada vez más famoso DSG, no aparece por ninguna parte.

Luego, cuando te dan la llave, lo arrancas y pones los pies en polvorosa, enseguida te das cuenta de que el resbalamiento del convertidor de par ya no es lo que era, al menos en este Tiptronic de 6 marchas. Responde con inmediatez, tanto a la hora de subir como de bajar marchas y, si eres un fanático de los manuales, éste te permite cambiar con el pomo o con las levas en el volante.

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Digo esto porque me parece un acierto por parte de Volkswagen montar un cambio de este tipo en un coche que alguna vez, aunque sea por error, puede hacer alguna incursión en el campo.

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En esos casos, la posibilidad de meterse en problemas es notablemente superior, y entonces agradece no tener que preocuparse de desfallecimiento del embrague justo cuando más lo necesitas.

Con todo lo bien que va el conjunto mecánico, valorar el consumo resulta más difícil que en otras ocasiones. Si uno es de los que suele llevar una probeta en el bolsillo y mide los desplazamientos en litros por cada 100 km en lugar de usar el tiempo o el espacio como todo el mundo, entonces 10 litros de media quizá parezcan una exageración. Teniendo en cuenta todo lo dicho hasta ahora, yo estoy convencido de que no lo son en absoluto.

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¿Con cuántos coches habré tenido la sensación de estar enfrentándome a Jekyll y Hyde a la vez? Unos cuantos, la verdad, y no siempre en un sentido positivo de la comparación.

En el Volkswagen Tiguan, sin embargo, parece como si el doctor fuera un tipo muy cordial y cuerdo, con el que podrías ir a una cena de gala sin miedo a dar la nota. Y con el lado oscuro que representa Hyde, en cambio, se muestra como un amigo fiel, dispuesto a acompañarte a hacer ese tipo de cosas que no hiciste cuando tenías la edad para ello.

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Sí, el SUV compacto de Wolfsburg es un bicho bueno con el que puedes viajar con toda la familia sin miedo a que tus hijos te lo recriminen cuando sean mayores. Su aplomo se manifiesta en todo tipo de firmes, bien sean rápidas carreteras radiales o estrechos puertos de montaña. No es broma, este coche va como sobre raíles y desmonta el mito de que la altura de los SUV condiciona su comportamiento frente a las berlinas equivalentes.

Claro que esto tiene truco. La que tenemos aquí es una versión R-Line, una denominación que empezamos a asociar con naturalidad a conceptos como dinamismo y ciertas dosis de exclusividad. Si miras las fotos, está claro a qué me estoy refiriendo, con sus faldones laterales, los paragolpes específicos, etc. Es lo que tiene el tuning de fábrica, que casi siempre queda bien.

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A lo que las fotos no hacen la justicia que deberían es al efecto de la eficaz suspensión del sobre el talante del Tiguan R-Line. Cierto es que habrá quien llame incomodidad lo que para otros es eficacia, aunque también conozco a algunos tipos a los que tanta nobleza les haría bostezar.

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Desde mi punto de vista, la forma como pisa la carretera se encuentra en realidad en un punto medio que debería satisfacer a la mayoría. Desde luego, a mi me satisfizo por completo, y cuanto más pienso en él, más grato se vuelve su recuerdo. El límite de adherencia es altísimo, incluso en los virajes más cerrados, y es difícil -por no decir imposible- que te haga un mal gesto cuando tratas de forzar las cosas.

Y cuando digo forzar, me refiero a tocar el freno en pleno apoyo en una curva ciega y en sombra tras una noche de helada… Aquí, desde luego, se ve cuando se ha hecho un buen trabajo en el desarrollo del bastidor y de las ayudas electrónicas.

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Luego está el otro Tiguan, el de la suciedad, el del polvo y el barro, o nieve si somos de ésos. En esos casos ya no está tan claro que toda la parafernalia externa, más efectista que efectiva, se lleve tan bien con los terrenos más o menos difíciles como lo hace con el asfalto.

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El sistema 4Motion, con el diferencial Haldex, es rápido pero no impide un exasperante subviraje que se incrementa cuanto menos confiable es el piso, y la dureza de las suspensiones, más los inmensos neumáticos 255/40 R 19, se vuelven en su contra, hasta el punto de dificultar cualquier intento de jugar con las inercias. Por fortuna, Volkswagen ofrece las versiones Country, mejor adaptadas para menesteres campestres.

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Una cosa más para acabar con el comportamiento: los frenos tienen una gran mordiente y son tremendamente eficaces, hasta que dejan de serlo. Quiero decir que incluso con las grandes llantas, que los mantienen bien ventilados, llega a desfallecer cuando se hace un uso intensivo y prolongado de ellos.

Nada que no se solucione con unos kilómetros de relax, pero está claro que con lo que corre este coche, tanta rueda, tanto peso (más de 1.600 kg no son ninguna broma) y tanto cambio automático (aunque éste la verdad es que no retiene nada mal), la única solución perfecta serían unos discos de carbono. Quizá para la próxima generación.

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Los acabados siguen la norma de la casa, con un nivel por encima de la media de los fabricantes generalistas, y unos materiales y mandos de tacto muy agradable. De hecho, probablemente Volkswagen ha sido uno de los fabricantes que mejor ha sabido interpretar el concepto de «calidad percibida» que tanto valoran la mayoría de sus clientes, y el Tiguan es un muy bien ejemplo de ello.

La postura al volante, por otro lado, es claramente la de un turismo. Sí, ves a los demás unos cuantos centímetros por encima del hombro (sospecho que para muchos esto forma parte del encanto de este tipo de coches), pero cuando te apeas no necesitas un taburete.
Los asientos delanteros te acogen con dulce firmeza, debido a un mullido de dureza justa y unas formas muy definidas. Los llaman deportivos, pero yo me conformo con llamarlos muy buenos.

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Los ocupantes de las plazas traseras también se sentirán muy a gusto en este coche. Se puede inclinar un poco el respaldo y el espacio para las piernas es bastante generoso.
Teniendo en cuenta todo esto, entrar a valorar la sonoridad del motor se antoja más subjetivo que otras veces.

Si al cerrar la puerta o al accionar un interruptor las sensaciones son de coche de segmento alto, oír de una forma tan evidente un motor como éste será tan gratificante para unos como chocante para otros.

No es incómodo, ni mucho menos, pero te hace saber que está ahí, sobre todo cuando intuye que eres de los que quiere quedarse a solas con él en una carretera con curvas.

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Lo he dicho al principio y lo mantengo ahora: el Volkswagen Tiguan es un gran coche. Otra cosa es, sin embargo, que su precio sea una ganga.

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Casualidades de la vida, resulta que la unidad que hemos probado, el Tiguan R-Line 2.0 TSI 200 4M con el cambio automático Tiptronic, es la más cara que ofrece Volkswagen. Nada menos que 39.640 € o, lo que es lo mismo, por este precio tienes un Audi A5 Sportback. Ya sé, nada que ver, pero es sólo para contextualizar en qué nivel de precios se ubica este SUV. El BMW X1 xDrive25i, más potente pero también más discreto y menos equipado, es 460 € más caro.

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Desde luego, la impactante apariencia del Tiguan R-Line, tanto exterior (spoiler, pasos de rueda ensanchados, llantas, parachoques…) como interior (tapicería específica, pedales deportivos, volante deportivo multifunción), tiene mucho que ver con un precio de salida bastante elevado, que contempla también de serie accesorios como el climatizador bizona o el botón «off-road», que activa al asistente de descenso de pendientes, el bloqueo del diferencial central, adapta la respuesta del acelerador, configura el ABS para terrenos sueltos y modifica el mapa de actuación del cambio automático.

Luego hay múltiples posibilidades de personalización, que van desde el navegador «sencillo» (450 €) o el «pata negra» (2.250 €) que incluye la cámara de visión trasera al paquete premium (1.795 €), con asientos de cuero, los delanteros calefactables, asiento del conductor eléctrico y faros bixenón.

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Si hace una década me dicen que un coche que tiene más pinta de Opel Frontera que de Volkswagen Golf tendría prestaciones y comportamiento de deportivo y tacto de berlina elegante, no me lo habría creído.

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Y es que coches como el Tiguan nos demuestran día tras día que los tiempos avanzan que es una barbaridad.

Hoy en día, ya no hace falta recurrir a la tracción total conectable y reductoras de un Nissan Patrol o de un Suzuki Vitara si se quiere tener un coche que te permita meterte salir airoso de ciertos líos.

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Las marcas hace tiempo que se dieron cuenta de que los pocos que realmente necesitan un todoterreno para hacer off-road con frecuencia, se compran un 4×4 de verdad.

El resto, descubren que el Tiguan y similares colman de sobras con las necesidades fuera del asfalto, sobre todo cuando muchos nos compramos un coche, entre otras razones, porque nos gusta cómo nos queda puesto.

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