Prueba Renault Latitude 2.0 dCi 150: caminante global

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Prueba realizada por Gabriel Esono

La búsqueda de una mayor rentabilidad es una de las razones que rondan tras una tendencia creciente entre los constructores, que cada vez prescinden con mayor frecuencia de tradiciones que han mantenido durante décadas.

En esta ocasión ha sido Renault la que, con su nuevo buque insignia, ha querido buscar un nuevo camino que le permita sacar mayor rendimiento al que, se supone, tendría que ser su modelo de mayor valor añadido.

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El Renault Latitude dista mucho, sin embargo, de ser lo que se dice un coche rompedor. Los tres volúmenes claramente definidos, en una carrocería de cuatro puertas, son una gran novedad en la historia reciente de los coches de gama alta de la Régie, pero forman parte de lo que siempre se ha esperado de un coche de representación, no importa si es de una marca premium o una generalista.

Así, tras haber visto pasar generaciones de modelos como el Renault 25, el Safrane y últimamente el peculiar Vel Satis, todos ellos con portón trasero, podría decirse que lo del Latitude es una sorpresa relativa.

Los verdaderos motivos ocultos bajo este cambio de rumbo sólo los saben en los despachos con mejores vistas de la firma del rombo, pero alguno de ellos es relativamente fácil de inferir. Por una parte, después de tantos años nadando contra la corriente, parece que han asumido que, fuera de su país de origen, el cliente tipo de este automóvil parece huir de todo aquello que se salga del corte clásico.

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Por la otra, teniendo en su espectro empresarial una marca como Samsung, que produce en Corea el SM5, era mucho más sencillo (y barato) crear un gemelo de ese coche de representación que partir, una vez más, de una hoja en blanco.

Con esta jugada, Renault se ha asegurado tener en cartera un modelo con altas posibilidades de no repeler al gran público y que, además, le permite ofrecer un precio competitivo.

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Es difícil pensar que es casual que, precisamente ahora, su principal rival haya apostado por subir un peldaño su modelo medio (o bajar su modelo alto), para ofrecer con el Peugeot 508 un producto que se acerca mucho al de Renault, por dimensiones y por planteamiento general. Todo lo contrario, curiosamente, que Citroën, que sigue apostando por diferenciar entre el segmento de las berlinas medias con el C5 (muy cercano al Latitude, en cualquier caso) y el de las de lujo con el C6.

Otra prueba de por donde van los tiros entre los fabricantes populares la daría Opel con el Insignia, un nombre que sube por sí solo el caché de lo que no deja de ser una berlina media con ciertos aires.

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La versión de 150 CV del 2.0 dCi de Renault es algo así como el paso previo a un motor prestacional. Equipado con la última tecnología common-rail, este bloque de cuatro cilindros ya cumplió bastante bien las expectativas en el Renault Laguna GT 4Control que probamos hace cosa de un año, aunque en aquella ocasión se trataba de la variante de 130 CV.

El incremento de potencia ha servido, en este caso, para conseguir que las mayores dimensiones y peso no se perciban en exceso cuando se trata de ir en línea recta.

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De hecho, las cifras de prestaciones oficiales de este Renault Latitude son muy políticamente correctas y superan por bien poco las del Laguna mencionado, con una aceleración de 0 a 100 km/h en 10,3 segundos (apenas dos décimas más rápido) y una velocidad máxima establecida en 210 km/h (206 km/h para la berlina media).

Hay que decir que a medida que se alargan las mediciones el Latitude va incrementando su ventaja, pero eso no lo convierte tampoco en un vehículo que incite a quemar embrague.

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Antes al contrario, lo que se ha conseguido es mantener el mismo tacto suave que ya había mostrado, un detalle que se agradece especialmente en un vehículo que, al menos en Francia, deberá servir para trasladar a altos cargos.

Y ello, con unos consumos nada exagerados, teniendo en cuenta que la marca declara una media de 5,3 l/100 km para este modelo.

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A pesar de que Renault es capaz de desarrollar modelos rabiosamente deportivos, con bastidores que suelen estar a la altura de los mejores de sus respectivas categorías (basta ver lo que han sido capaces de hacer con el Mégane Sport en Nürburgring), hay que reconocer que el planteamiento general de su gama suele ir por derroteros bien distintos.

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El confort de marcha es una de las premisas que suelen marcar la pauta en su catálogo, empezando desde el Twingo y enfatizándolo tanto más cuanto mayor es el coche.

El Renault Latitude representa, pues, la sublimación de esta filosofía, lo que significa que se trata de un coche pensado para rodar pausado y dejarse el estrés en la oficina.

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El tren trasero multibrazo es en gran parte responsable de que la marca haya podido disponer unas suspensiones más bien blandas, adecuadas para carreteras con curvas abiertas, sin importar demasiado si la superficie ha sufrido los recortes presupuestarios o no, ya que engullen las irregularidades con una facilidad que sólo habíamos visto en las variantes modestas del Citroën C5, que montan una suspensión convencional en lugar de la alabada Hydractiva.

Su carácter claramente burgués hace que el buque insignia de Renault no celebre demasiado las carreteras más reviradas, en las que se desenvuelve con la parsimonia que puede esperarse de un coche de casi cinco metros de longitud. Antes de que el ESP entre en acción, un cierto subviraje delata que la berlina de la firma francesa es poco amiga de los volantismos, lo cual es sinónimo de extrema facilidad de conducción.

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El habitáculo, en un coche de esta alcurnia, es donde se ganan y pierden galones. En este sentido, el Renault Latitude ofrece muchas sensaciones encontradas porque, aunque la primera impresión es muy favorable, gracias a su amplísimo interior, lo cierto es que frente a su predecesor, el Vel Satis, pierde claramente la partida en cuanto a sensación de espacio.

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Se trata de un inconveniente relativo, porque al fin y al cabo se pasa de la excelsa amplitud de un coche con formas de monovolumen a la gran habitabilidad de un modelo que, a pesar de su modesto maletero (477 litros, aunque al menos tiene una rueda de repuesto como las de serie, frente a los 515 litros del Peugeot 508) mira de reojo a los segmentos de lujo.

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Para ello, además de amplios y mullidos butacones y un aislamiento sonoro de primer orden, se ha desplegado toda una colección de gadgets y detalles que resulta poco habitual verlos aglutinados en un mismo coche.

El acabado Privilège de nuestra unidad de pruebas, por ejemplo, cuenta entre sus opciones ni más ni menos que con el Pack Zen (por unos muy razonables 814,66 euros), que no es otra cosa el difusor de perfume con dos fragancias diferentes más un ionizador para limpiar el ambiente del habitáculo, asiento del conductor eléctrico, calefactable y con función de masaje, además de la cámara trasera.

Como es de esperar, el climatizador bizona, el manos libres Bluetooth, equipo de audio con entradas USB y auxiliar o el regulador y limitador de velocidad forman parte del equipo de serie desde las versiones Expression, las más básicas, a las que el Privilège añade el navegador Carminat TomTom (aunque sólo con la cartografía ibérica), cortinillas laterales y trasera, faros bixenón, el freno de estacionamiento eléctrico, tarjeta de arranque y acceso manos libres, el sensor de aparcamiento trasero o las llantas de 17 pulgadas.

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Con tanto dispositivo incorporado de fábrica, sólo se echa de menos un poco más de distinción respecto a sus hermanos menores, ya que muchos de los mandos son los mismos que los de modelos de segmentos más populares.

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¿Se puede decir que el Renault Latitude es un coche de lujo? Como casi siempre, la respuesta es un “depende”. Si entendemos lujo como apariencia y ostentación, está claro que no, porque el coche grande de la Régie pasa bastante desapercibido e, incluso, se puede llegar a confundir con el Fluence, el derivado de tres volúmenes del Mégane.

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Ahora bien, si de lo que se trata es de hacer una compra racional, en la que lo que se está buscando es un coche muy cómodo, que permita hacer largos trayectos sin sufrir en los riñones las consecuencias y, de paso, que cuente con un amplio equipamiento, yo diría que los 25.540 € de este modelo, con el motor 2.0 dCi de 150 CV y el acabado Privilège es de lo más razonable que uno se puede encontrar en su segmento y, valga la redundancia, puede hacer sentir a su propietario como un privilegiado.

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