Prueba Bentley Flying Spur V8S: señor de la carretera

Valoración

Prueba Bentley Flying Spur V8S: señor de la carretera

Prueba y opiniones por Gaby Esono

Lujo, refinamiento, confort, altas prestaciones… Con estas cinco palabras podría resumir la prueba del Bentley Flying Spur V8S sin temor a equivocarme. Y es cierto, tengo que reconocer que tirar de topicazos no me va a convertir en un periodista de leyenda pero es que, si algo ha tenido y mantiene la marca de Crewe, eso es la coherencia en prácticamente toda su gama de productos durante todo lo que han venido siendo sus casi 100 años de historia.

Hay, eso sí, ciertos matices, que trataré de desglosar aquí, y que dejan a esta limusina de corte clásico -es decir, carrocería de 3 volúmenes y 4 puertas- un peldaño por encima del Bentley Flying Spur V8 que pasó por mis manos hace un par de años. Parece que fue ayer, pero cuando Cars Gallery, concesionario de la marca británica en Barcelona, me llama para probar una de estas exquisitas criaturas, lo dejo todo.

Al igual que su hermano «menor», el Flying Spur V8S hace gala de unas líneas clásicas pero con pequeños detalles que le dan cierto aire de modernidad. Basta con acercarse al frontal y ver cómo su negra rejilla metálica está custodiada por cuatro sofisticados faros con luces de LED. Pero la pinten como la pinten -el color Orange Flame de la unidad de prueba es espectacular-, su carrocería no puede -ni quiere- ocultar que estamos delante de todo un Bentley, sin ninguna duda, y su silueta hace honor a un estilo que mantiene su vigencia por muchas décadas que pasen.

Como amante de la conducción que soy, después de la introducción tengo por norma empezar a explicar las impresiones de conducción. En esta ocasión no será así, por el motivo que puedes imaginar. Tanto decir que este tipo de coches están pensados para que los disfrute el que va a ir sentado detrás -otro tópico que no he oído que nadie se haya molestado en desmentir-, pues qué menos que empezar por lo que se siente cuando de lo único que te tienes que preocupar es de que el cava de la nevera opcional (la nevera, claro, por 7.600 euros) se encuentre a la temperatura adecuada.

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Pues lo que se siente es precisamente eso, que no te tienes que preocupar de gran cosa, si no quieres. Las plazas posteriores, sobre todo en un modelo como este, configurado para cuatro ocupantes, son todo lo excelsas que te puedas imaginar. Todas las cotas medibles ofrecen unos valores amplísimos para el 99% de la población, desde la distancia para las piernas a la altura disponible de la cabeza al techo, o a la altura de los hombros. Te da igual. Alguna persona insensata tal vez quiera ponerle pegas al «muro» que separa las dos plazas traseras, en forma de túnel de transmisión central. Pero si lo hace es porque seguramente trató de abalanzarse al otro asiento con intenciones sospechosas y no reparó en que, para según qué actividades, ni una limusina ni un SUV: siempre será mejor un monovolumen.

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Volviendo a los temas serios, realmente resulta complicado encontrarle pegas a unas plazas que, por tener, tienen hasta mando a distancia para controlar desde la climatización o el equipo de sonido a diversos parámetros del propio vehículo. Resulta llamativo ver el velocímetro del coche -que por cierto, marca hasta 340 km/h…) en la pantalla del mando, pero lo que de verdad importa es que el confort es máximo, y que mires donde mires, toques donde toques, lo único que se percibe es el cariño con el que se han tratado todos los detalles.

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Delante también, por supuesto, pero un pelín menos. Me explico. Tanto la plaza de conductor como la del acompañante son magníficas, sin tacha. Quien se ponga al volante tendrá siempre la sensación de llevar un transatlántico, por la calma que transmite -a no ser que uno lleve ciertas intenciones, de las que hablaré en la sección «Al volante»- y por el tamaño, pero todo ello es coherente del todo con su impresionante estampa exterior. Ahora bien, que en el portaobjetos del apoyabrazos central, divido en dos, no quepa un iPhone 6 (hay que dejarlo en la bandeja inferior), hace pensar que para la gente de Crewe no es especialmente importante tener un espacio a mano donde el conductor pueda dejar su móvil.

El alma motriz del Bentley Flying Spur V8S es el conocido V8 de 3.993 cc de gasolina, equipado con dos turbos twin-scroll -uno para cada bancada de cilindros-, alimentado por un sistema de inyección directa de combustible y dotado con distribución variable para gobernar tanto las válvulas de admisión como las de escape. Hasta aquí, todo más o menos normal.

Ya no lo es tanto que cuente con desactivación de 4 cilindros en las fases de baja carga -ya sabes, en bajadas y en rectas a velocidad moderada y punta de gas-, un ardid que le permite declarar un consumo medio de 10,9 l/100 km al que en la vida real solo podrás acercarte cuando le pongas mucho interés y los astros se alineen. Yo no se lo puse, y me lo pagó con una media de 16,4 l/100 km. No tengo nada que reprocharle, porque a cambio me regaló unas prestaciones que de refinadas tenían más bien poco.

Y cómo iba a esforzarme en realizar conducción eficiente cuando este propulsor te regala un sonido tan poderoso como su imponente carrocería, y te ofrece 528 CV de potencia a las 6.000 rpm y 680 Nm de par motor desde 1.700 rpm. Es que no te da más opción que ir a buscar una carretera lo más abierta y despejada posible para dar rienda suelta a su caballería. Desde luego, es un propulsor muy prestacional, con el que la marca promete un 0 a 100 km/h en 4,9 segundos y un 0 a 160 km/h en 10,6 segundos. La velocidad máxima oficial, 306 km/h, es otra de las advertencias a tener muy en cuenta cuando conduces este coche.

Porque a la vez que corre no mucho, sino muchísimo, el Flying Spur se esfuerza todo lo posible en que te enteres lo justo de lo que está pasando fuera. Sí, antes he comentado lo del sonido poderoso del motor, pero sigue sin ser un referente adecuado. Sí lo es, en cambio, la velocidad a la que ves pasar los árboles, sobre todo en las carreteras estrechas, y especialmente, lo rápido que se acercan las curvas entre recta y recta.

Es precisamente ahí, en las curvas de las carreteras más reviradas, en las que una parte no menor de su señorío se pone en entredicho. Mea culpa, lo reconozco, porque tengo el mal vicio de meterme en vericuetos por los que, quién sabe, ningún ingeniero de desarrollo de Bentley haya pasado antes con un prototipo de la marca.

Este pensamiento, sin embargo, se borra cuando paro un momento y me digo: ¿pero este coche no tiene suspensión adaptativa? En efecto, la tiene. Y neumática también, de ahí que siempre me maree cuando la llevo en la posición más blanda -ergo, confortable, en teoría-, un problema que se soluciona seleccionando el modo sport, más dura, que nunca es lo suficiente como para sentir que no estás en una berlina de superlujo.

El precio de partida del Bentley Flying Spur V8S es de 154.500€, pero dudo mucho que se entregue ninguno sin personalizar.

La unidad de prueba, de hecho, estaba personalizada por valor de 49.850€. La pintura de la carrocería (4.285€), el maletero tapizado (425€), las costuras en color de contraste en la tapicería (1.485€), la especificación de entretenimiento (equipo de audio, 7.910€) o las copas de champán «By Mulliner» (12.590€), contribuyen a que el cliente se sienta especial cada vez que mira su coche o se sienta en él.

 

 

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