Prueba Ford S-Max 2.2 TDCi Titanium S: engañando a la vida

Prueba realizada por Gabriel Esono

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© Cochesafondo

La llegada de la madurez nos enseña a muchos que en la vida no se puede tener todo. O Real Madrid o Barcelona, o mar o montaña, o deportivo o familiar. Ford con el S-Max se propuso desmontar esta creencia y creó un vehículo que, por tamaño, nadie dudaría en calificar como un monovolumen tradicional. Sin embargo, cuando uno se fija en detalles como los abultados pasos de rueda, las llantas de 18 pulgadas, la doble salida de escape o los pedales de aluminio, comienza a sospechar que debajo de esa carrocería de casi 5 metros se esconde algo más que el coche en el que llevar a los compañeros del equipo de baloncesto de tu hijo.

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De hecho, la marca del óvalo ya cuenta en su catálogo con el Galaxy, otro monocuerpo que comparte plataforma con el S-Max, pero que es aún más largo y sin los aditamentos deportivos de éste. Vamos que, o se habían vuelto locos, o realmente en Ford tenían claro que existe un público que al alcanzar la mayoría de edad soñó con tener un GTI rojo y que, a pesar de las nuevas responsabilidades que han ido adquiriendo con el tiempo, no han dejado de pensar en ese coche que tantos buenos momentos les hizo pasar. Para todos ellos, aquí está el S-Max.

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Este monovolumen ocupa un espacio en el mercado que le deja prácticamente solo. Por estética seguro, porque no hay otro vehículo de su tamaño que cuente con spoiler en el techo, faldones laterales, entradas y salidas de aire o un extractor trasero (al estilo de un Renault Clio Sport). Su estampa es, sin ninguna duda, la de un coche claramente deportivo. Ahora falta por saber si el motor y el comportamiento estarán a la altura de tal promesa.

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Los tiempos en los que se ponían en duda las cualidades deportivas de un motor alimentado por gasóleo hace tiempo que pasaron a mejor vida. Los TDI del Grupo Volkswagen abrieron un camino que el resto de fabricantes han ido siguiendo con resultados más o menos satisfactorios a nivel prestacional. A la vista de las cifras oficiales, el motor 2.2 TDCi del S-Max prometía lo mismo que anunciaba su estética. Su bloque de cuatro cilindros cuenta con árboles contrarrotantes y está alimentado por un turbocompresor de geometría variable e inyección mediante common-rail de tercera generación, gracias a lo cual entrega una respetable potencia máxima de 175 CV a 3.500 rpm, mientras que el par motor llega hasta los 400 Nm entre las 1.750 y las 2.750 rpm. Esto permite declarar unas prestaciones sobresalientes, sobre todo teniendo en cuenta que estamos hablando de un monovolumen, que pesa más de 1.800 kg, y que su superficie frontal es especialmente amplia. Así, parar el cronómetro en la aceleración de 0 a 100 km/h en 9,4 segundos es una cifra como para tener en cuenta, así como la velocidad máxima de 212 km/h.

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Pero una cosa son las cifras y otra muy diferente son las sensaciones, y aquí el Ford S-Max no puede evitar ser lo que es, un coche muy grande. Este motor, como prácticamente cualquier diesel que tenga ciertas pretensiones, es un tanto perezoso hasta casi llegadas las 2.000 rpm. A partir de ahí, da un buen empujón que se estira hasta las 3.500, pero no merece la pena buscar más allá. El margen de utilización es, pues, un tanto reducido y obliga a usar el cambio con frecuencia si se quiere aprovechar bien todo lo que puede dar de sí esta mecánica. Ello no supone un problema, porque el cambio manual de 6 velocidades tiene un tacto agradable y es suficientemente preciso para una conducción dinámica, pero en el caso de viajar cargado y llevar a la familia dentro, obliga a preparar la maniobra adecuadamente. Cuando lo haces, por el retrovisor podrás ver la cara de asombro de más de un conductor de un ligero tres puertas.

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Respecto a los consumos, no se puede decir que sea un coche especialmente ahorrador. A velocidades legales por autopista la media rondaba sistemáticamente los 10 l/100 km, y en conducción deportiva la cifra se elevaba sin titubeos por encima de los 22 l/100 km. La combinación de un motor de cilindrada relativamente alta con el volumen ya comentado de este coche impide cualquier tipo de milagro en este sentido. Pese a ello, las emisiones contaminantes homologadas del S-Max se limitan a 176 g/km y, gracias a que está equipado con un filtro de partículas diesel, cumple con la normativa Euro IV.

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Éste es el apartado en el que el S-Max más sorprende, porque es en el que más sensaciones de berlina ofrece a su conductor. Cuando uno se pone a sus mandos se encuentra con una gran cantidad de espacio por todas partes, con lo que automáticamente se hace a la idea de que se tiene que tomar las cosas con calma. Craso error. En ciudad no hay ocasión de percibir nada extraño, aunque la maniobrabilidad no difiere en exceso de la de una berlina media. Ahora bien, cuando sales a carretera abierta, de repente olvidas que conduces un vehículo con un centro de gravedad alto. El vaivén de la carrocería que cabía esperar en los cambios bruscos de trayectoria no es tal, sino que se comporta con un aplomo tranquilizador. Lógicamente, no te lo acabas de creer y buscas carreteras más reviradas, rincones donde ponerle en aprietos. La equilibrada dirección te incita a buscar el vértice de las curvas más cerradas y subes el ritmo en las enlazadas tratando de que la física haga su trabajo. Pues ni por ésas. Después de varios kilómetros y cientos de curvas no te queda otra que rendirte a la evidencia: tiene un comportamiento que roza lo impecable. Bueno, es un poco subvirador al límite, pero a cambio su zaga te deja jugar un poco con ella. Si te pasas, dentro de lo razonable, el ESP se encarga de poner las cosas en su sitio, y vuelta a empezar.

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Así pues, la estabilidad del S-Max es de libro, sí, pero hay que decir que tiene truco. Para empezar, porque calza unos enormes neumáticos 235/45 en llanta 18, pero sobre todo porque de serie la versión Titanium S incorpora la suspensión deportiva de serie, que rebaja la altura de la carrocería entre 10 mm y 15 mm respecto a la convencional y cuenta con unos tarados de la amortiguación más duros y unos muelles y bujes de suspensión más rígidos. Por si esto fuera poco, la unidad que probamos estaba dotada de la suspensión activa con control continuo de la amortiguación (CCD).O lo que es lo mismo, una suspensión para cada momento, porque desde la consola central se puede elegir el grado de dureza que se desea, entre Comfort, Normal y Sport. La diferencia entre las tres es sensible, hasta el punto de que entre la más suave y la más dura parece que sea otro coche. En la primera posición no se pierde seguridad, pero con la deportiva gana en eficacia y en control de las oscilaciones verticales y transversales. De nuevo, todo en uno. Para redondear un panorama idílico, los frenos responden correctamente. Las distancias de frenado, sin ser prodigiosas, permiten algún escarceo con el cronómetro, aunque tampoco conviene abusar, porque el pedal acaba denunciando el abuso prolongado.

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Las cotas exteriores del S-Max tienen un fiel reflejo en el interior, que cuenta con una disposición de 5+2 plazas. El conductor y el acompañante se sentirán muy cómodos ante tanto espacio delante. La postura de conducción se acerca a la de una berlina, sin llegar a serlo, porque el volante, regulable en altura y profundidad, mantiene siempre una cierta inclinación estilo furgoneta a la que no cuesta acostumbrarse.

Los asientos delanteros, que en esta versión son de diseño deportivo, tapizados parcialmente en piel y con un ribete rojo (igual que el volante y el fuelle de la palanca del cambio), son cómodos y sujetan bien el cuerpo, aunque el respaldo da la sensación de ser un poco estrecho respecto a la banqueta. Las plazas de la segunda fila son también suficientemente amplias y de similar tamaño. Además, se pueden desplazar en sentido longitudinal, con lo que se puede elegir entre dejar un gran espacio para las piernas de los ocupantes, o incrementar la capacidad del maletero.

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Respecto a los otros dos asientos, los de la tercera fila, son poco más que meramente testimoniales y pueden sacar de un apuro puntual si llevas niños, pero por lo general sólo limitan espacio en el maletero cuando están desplegados. Por otra parte, cuando están ocupados uno se encuentra con que no sabe qué hacer con la barra donde se pliega la cortinilla del maletero, puesto que su posición original queda a escasos centímetros de la cabeza. Es decir, que si se viaja con 7 plazas hay que dejar la barra en casa. En el haber del S-Max cabe señalar que puede convertirse en un biplaza sin tener que cambiar de sitio las herramientas del trastero. Las dos filas traseras desaparecen bajo el piso para dejar espacio a un maletero de más de dos metros de longitud. Se echan en falta, eso sí, unas anillas visibles donde atar una red y, ya puestos, un espacio donde alojar una rueda de repuesto, porque el sistema de reparación de pinchazos es ineficaz en algunos casos.

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El equipamiento de la versión Titanium S es muy completo y se puede configurar con múltiples opciones. Hay varios equipos de sonido y navegación opcionales, entre los que destaca el navegador con DVD y pantalla táctil. El freno de mano eléctrico, que hace también las funciones de ayuda de arranque en pendiente, el gobierno de funciones mediante la voz, los mandos incorporados en el volante o los asientos delanteros calefactables y con algunas regulaciones eléctricas, contribuyen a hacer más placentera la vida a bordo. También el techo solar panorámico, o las lunas oscurecidas aportan un plus a hacer de este coche un perfecto compañero en largos viajes. Tampoco la rumorosidad será un problema, ya que el motor no es especialmente ruidoso y el habitáculo está bien insonorizado.

Tratándose de un vehículo en el que se prevé una alta ocupación, la dotación de airbags y otros elementos de seguridad es muy amplia. Cuenta, además de los frontales y laterales, con airbags de cortina para la primera y segunda fila de asientos, así como uno de rodilla para el conductor.

Ford ha creado un monovolumen que se comporta sobre el asfalto como un deportivo. Un motor potente y un bastidor muy bien puesto a punto obran lo que parecía imposible.

El Ford S-Max 2.2 TDCi es, en líneas generales, un muy buen coche. El conductor más dinámico encontrará en él un motor más que suficiente y un bastidor perfectamente puesto a punto, especialmente con la suspensión pilotada. El interior, asimismo, es cómodo para 5 ocupantes y cuenta con todo lo necesario. Respecto a la estética, puede que a algunos les resulte un poco recargada y llamativa, pero ése es precisamente su primer argumento cuando lo comparas con el resto de monovolúmenes del mercado, que no están pensados para quienes quieren engañar a la vida.

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