Prueba BMW 730d: colosal madurez

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Prueba realizada por Gabriel Esono

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BMW se precia de hacer coches pensados para que en el asiento del conductor se sienten personas a las que el viaje les produce tanto o más placer que el destino del mismo. Hace años que venden esta historia por la tele, y de tanto decirlo uno acaba creyéndoselo «porque sí».

El Serie 7 es lo que se suele denominar el buque insignia del fabricante bávaro, el coche más grande, el que aglutina todo el saber hacer de la marca en lo que a lujo y refinamiento se refiere. No en vano, BMW es una de las marcas premium, y como tal tiene la obligación de mantener su prestigio, entre otras cosas, a base de crear modelos de factura irreprochable, tanto más cuanto más largas y anchas son sus carrocerías.

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Sin embargo, los fanáticos de la conducción, los más puristas del automovilismo, probablemente se resistan a creer que se pueden congeniar conceptos que rara vez se pueden aunar en un vehículo tal y como se plantea BMW con cada generación de su modelo de más alta alcurnia: ¿es posible concentrar en un solo automóvil una rodadura sibarita con un dinamismo deportivo?

A la vista de lo que hacen otros, como Audi con el A8 o Lexus con el LS, parece que el camino no difiere mucho del que trazan los chicos de Múnich. Y en el caso de Mercedes-Benz, para que no quepa duda de que «ellos también pueden», con cada Clase S aparecen al menos una o dos versiones AMG que, por lo menos en línea recta, correr lo hacen un rato largo.

De modo que a pesar del escepticismo inicial, concederemos el beneficio de la duda a este gran BMW. A ver qué pasa.

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